Nos caímos tres veces entre duro, muy duro y durísimo, y las otras cinco fueron resbaladas en barro, algunas de ellas duras. Las consecuencias no las fotografiamos, pero Clelia está magullada más que yo (morados, raspones, dolores) y si no hubiera sido por las chaquetas de protección y los cascos, ni se diga, porque Clelia dice que vio (por su posición) rebotar mi cabeza siempre contra el asfalto y contra el suelo (imagino que ella también rebotó pero ni se dio cuenta). Un señor muy amable nos condujo desde un pueblo llamado Maripí hasta Muzo. Él iba adelante nuestro marcando el camino y a nuestro ritmo, y luego se hizo atrás nuestro para iluminarnos mejor. Si no es por Álvaro, nos hubiéramos quedado a dormir en la carretera (si es que se le puede llamar carretera a esa mierda). Nos dio ánimo, nos vió caer dos o tres veces delante de él... en fin, fue una nueva aventura con la Suzi y con Clelia.
Clelia se comportó a la altura en todo momento y eso me gustó, porque si uno de los dos se cae moralmente, el otro se jode también. Clelia estuvo muy serena a la hora de cada caída, reactiva, preocupada pero no paralizada, sin quejarse, en fin, una muy buena copiloto en todo momento.
Esta experiencia nos enseñó que las caídas en moto no son tan duras como creíamos, que son soportables, pero que hay que usar siempre las protecciones completas. Nosotros tenemos casco, chaqueta y guantes, pero ni botas ni pantalones, y justamente en las piernas es en donde estamos golpeados y raspados.
En cuanto a la Suzi, sufrió algunos pequeños daños visibles, pero sólo sabremos a ciencia cierta qué le pasó cuando la tengamos en nuestras manos y la llevemos al taller, porque nosotros nos vinimos en bus y la moto viene en camión. Un espejo roto, el posapiés izquierdo doblado, la farola doblada, un bombillo fundido del tacómetro de las RPM, el tacómetro completo doblado un poco. Lo que nos preocupa es que la suspensión delantera esté doblada, pero eso no lo sabemos todavía. De todas maneras la moto sólo era levantarla y volvía a arrancar sin problemas, y en los lugares en que el terreno le permitía agarrarse al piso y tener tracción, subía sin problemas con las dos alforjas, el maletín, Clelia y yo.
La sacamos barata, pero aprendimos varias lecciones: 1. No ir por carreteras en tan mal estado, 2. tomar decisiones frías e inteligentes cuando la situación se pone difícil (digo esto porque en principio quisimos ir hasta Chiquinquirá, dejar la moto ahí y seguir en bus).